Nosotros inventamos primero el lenguaje, la comunicación verbal, luego el lenguaje escrito, las inmensas estanterías de conocimiento, los libros, que ya no caben ni en la más grande biblioteca. Luego los computadores. Disponer de medios para almacenar y acumular conocimiento es la única y genuina ventaja que nos distancia del resto de nuestros parientes animales. (…)
En concreto, cuando usted compra una papaya, una libra de azúcar, un carro, un televisor, un satélite de telecomunicaciones, en el precio paga una buena porción de conocimiento: valor agregado. Tanto como cuando asiste a consulta con un especialista o con un médico general. Los bienes como los servicios prestados por los seres humanos incluyen, en mayor o menor medida, el componente conocimiento. El componente de conocimiento agregado a una papaya o a producir una libra de azúcar es reducido. Pero menos reducido de lo que casi siempre se piensa. Los campesinos que cultivan papayas deben conocer cómo arar la tierra, cuándo sembrar, cómo eliminar las plagas, cuándo cosechar, cómo almacenarlas y cómo venderlas a los intermediarios. Acumular esos conocimientos, comprenderlos, y saber aplicarlos en cada circunstancia peculiar, puede significar para cada campesino un costo de años, cuando no de décadas. (…)
Tales aprehendizajes no requieren escuelas formales, con salones, con tableros, con profesores “profesionales”. Casi siempre ocurren al calor de una cerveza, conversando, en el terreno mismo de los hechos. Por observación directa. por tales circunstancias se considera que incorporan dosis reducidas de conocimiento. En un carro, no menos de la mitad del precio, casi siempre mucho más, corresponde a conocimiento agregado por los diseñadores, los ingenieros mecánicos, los soldadores, los publicistas, los financistas. El componente de materias primas incluido en el carro es siempre muy inferior a la mitad del precio. Y, por supuesto, también las materias primas elaboradas (acero, caucho, plástico, etc.) incluyen su correspondiente calor en conocimiento agregado. (…) A los satélites de telecomunicaciones se les agrega conocimiento en proporciones enormes. (…) De acuerdo con Peter Drucker, un kilo de satélite cuesta $50.000 dólares. (…) El precio de las materias primas para fabricar el kilo, en cambio, no pasa de 50 dólares.
Los satélites de comunicaciones son puro conocimiento condensado.
De allí su exorbitante valor. Son pocos los países, al menos del tercer mundo, en capacidad económica para comprar su propio y necesario satélite de telecomunicaciones geoestacionario. Estos países son pobres porque agregan escasos conocimientos a sus bienes y servicios. Y por ser pobres, compran caro. Venden barato y compran caro. Mientras que los países desarrollados compran barato y venden caro.
¡Qué tremenda injusticia!."
Miguel de Zubiría Samper