"Al cabo de una reflexión que empieza por suprimirlo pero para hacerle sentir mejor los lazos de verdad que lo atan al mundo y a la historia, el filósofo encuentra, no el abismo de sí mismo o del saber absoluto, sino la imagen renovada del mundo y a él instalado allí en medio de otros hombre. Su dialéctica o su ambigüedad no es más que una manera de poner en palabras lo que todo hombre sabe bien: el valor de los momentos en que, en efecto, su vida se renueva continuándose, se recobra y se comprende yendo adelante, en que su mundo privado se convierte en mundo común. Estos misterios están en todos como en él. ¿Qué es lo que dice de las relaciones del alma y del cuerpo, su bien y su mal? ¿qué es lo que enseña sobre la muerte, sino que está escondida en la vida como el cuerpo en el alma? y es este conocimiento el que –decía Montaigne- “hace morir a un campesino y a pueblos enteros tan constantemente como a un filósofo”. El filósofo es el hombre que se despierta y habla, y el hombre contiene silenciosamente las paradojas de la filosofía porque para ser cabalmente hombre es preciso ser un poco más y un poco menos hombre."

Maurice Merleau-Ponty.